"HEREDAR LA LLUVIA" de Gregorio Dávila de Tena


 

HEREDAR LA LLUVIA
de Gregorio Dávila de Tena
 

 Recojo del magnífico prólogo de José Manuel Martín Portales esta frase: “este libro de poemas de Gregorio Dávila pareciera indicarnos una forma de salvación mientras ‘el mundo se derrumba’.”

 Y nada más comienzo a leer me encuentro estos tres versos que me guiarán como el perro guía al ciego que soy en el camino:

“Aprendo de la piedra la humildad
y de la lluvia la oración.
El silencio nombra a los pájaros.”

Intuyo en el primer verso el silencio eterno de la piedra que contrasta en una perfecta balanza con el rítmico sonido de la lluvia. El humilde silencio que no espera nada, y el balbuceo melódico de quien repite y repite sin descanso una oración a lo sagrado. La cadencia de la lluvia es el sonido más sincero que conozco y su plegaria un canto a lo inefable.

El tercer verso es el mástil de la balanza. Los pájaros llevan en el pico las notas musicales que engarzan perfectamente con el silencio del mundo.

Este ciego se apoya en esos tres versos para entender una herencia entregada al ser humano que continua sin saber qué hacer con ella. Una herencia como un tesoro de vida que como nos dice Hugo Mujica: “Espero que el agua, la lluvia, lo que vive y tiembla, me sea alguna vez revelado.”

El silencio y el sonido… “y un canto desconocido brota de los pájaros sin nombre”, oigo decir a Grego. Un canto recogido en el agua, que otro ciego sentado bajo un arce, al igual que yo, insiste en definir sin éxito.

“¿cómo llamar a esa luz que deja la tormenta?”, y momiji responde: haciéndose "nube que se hace agua en la lluvia."

Sentarse en una piedra es reconocer el silencio del mundo. El único que conoce el canto primigenio de la humanidad. Pero para escuchar ese canto tienes que ser sordo y no saber decir, porque como indicaba Claude Debussy: “la música se ha hecho para lo inexpresable.” Un canto que es una pregunta, una pregunta sin respuesta, porque si tratamos de responder entonces ya no existe la duda y la melodía resulta finita. La palabra que no se funde en la poesía es rígida. Solo la que es Nada ilumina la cuestión. “Nada puede decirse. Pero hay que decir la Nada.”

Saber Heredar para reconocer la humildad de la piedra y la oración de la lluvia. Y para eso debemos volver al niño que fuimos.

“Cantas, niña del aire para que el granito y el agua se fundan en un cauce de inocencia.”

“descubrir las migas de pan de la infancia”

“Madera, piedra y agua bajo un cielo azul de infancia”

Grego nos sigue dando pistas entre sus versos: Hilar el silencio.

Este ciego ama la música, y le gusta la forma de componer de un compositor que nos dejó muy temprano, Ryuichi Sakamoto. “La música os hará libres”, decía. “Estoy fascinado por la noción de un sonido perpetuo: un sonido que no se disipe con el tiempo. Esencialmente, lo opuesto a un piano, porque las notas nunca se desvanecen. Supongo que, en términos literarios, sería como una metáfora de la eternidad…”

Y Grego me contesta en un sublime epílogo:


“El único argumento ya no es envejecer.
Con un tajo de incertidumbre
el mundo nace a la luz
-la grieta en la conciencia-
donde las cosas rumian su silencio.”

Regreso al prólogo de mi querido Portales: “El agua, escurridiza y fértil, tal vez como metáfora general del ‘conocimiento’ poético, o como materialización exacta del silencio, engarza una y otra vez los sucesivos episodios de este tránsito entre vacíos que es la vida humana”

Gracias Grego por guiar a este ciego en una mar de dudas que aún no sabe qué hacer con la paloma de silencio y música que tiene en sus manos. Heredar la lluvia, un libro que es una guía para invidentes que aman el canto y la poesía.

 

Enrique Linares Martí

 

 

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